¿Por qué somos tan negativos?

Parece ser que nuestra tendencia a fijarnos en lo negativo es un rasgo evolutivo. Es una consecuencia de nuestro recorrido como supervivientes de un mundo lleno de amenazas a las que nuestro sistema de supervivencia ha aprendido a detectar y enfrentarse.

Es decir, somos descendientes de aquellos que antes de instalarse en una nueva cueva acechaban la entrada con paciencia, para asegurarse de que no estaba habitada por un depredador. También aquellos que durante el verano recogían y guardaban semillas, frutos o carne seca en previsión para el invierno…

Los más miedosos, los más preocupadizos, los más previsores fueron los que tuvieron más posibilidades de sobrevivir… Aquellos que no se “pre-ocuparon” de asegurarse su propia subsistencia en el invierno, cuando la caza era difícil y no había frutos que recoger, tuvieron menos probabilidad de vivir lo suficiente como para reproducirse y cuidar de su progenie.

Cueva prehistórica: pensamos en lo peor porque somos descendientes de los más previsores

Así que no podemos extrañarnos de que en nuestra manera de enfrentarnos a la vida, haya siempre ese filtro, esa búsqueda de las posibles amenazas que se esconden, y cuya detección nos permite estar prevenidos.

Sin embargo, cuando esta tendencia se convierte en excesiva, puede hacernos caer en un estado de desánimo y ansiedad.

Afortunadamente, es posible contrarrestar este sesgo negativo aprendiendo estrategias mentales que te permitan tener una visión más amplia y menos enfocada solo en lo negativo.

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